Petróleo, tratados y señales equivocadas rumbo a 2026

Eduardo Rivera Santamaría, CEO de Global Media Internacional Services. Autor de la columna Conexión Global Eduardo Rivera Santamaría, CEO de Global Media Internacional Services. Autor de la columna Conexión Global
Foto: Grupo Hoy

Escribo estas líneas cuando el calendario ya apunta a 2026 y, como empresario, no tengo margen para la complacencia. El país entra a un año complejo, con dos frentes abiertos que no admiten improvisación: el Paquete Económico y la revisión del T-MEC. A eso se suman decisiones políticas importantes, que, nos guste o no, tendrá costos, como el envío de petróleo mexicano a Cuba.

Analicemos por puntos. Por un lado está el Paquete Económico, que no es un documento técnico más, sino que define el marco bajo el cual operaremos quienes invertimos, producimos y generamos empleo. Si el mensaje fiscal es confuso o transmite ligereza frente al gasto, el capital se retrae. No por ideología, sino por prudencia. Los empresarios planeamos con números, no con discursos. En 2026, con un crecimiento limitado y un consumo frágil, cualquier señal de indisciplina pesa más de lo habitual. Aquí no hay espacio para errores de cálculo ni para narrativas que minimicen riesgos evidentes.

El segundo frente es la revisión del T-MEC. No se trata de un trámite protocolario. Es una evaluación política y económica del comportamiento de México frente a sus socios, y Estados Unidos y Canadá observan con lupa cada decisión que pueda interpretarse como falta de alineación estratégica. En ese contexto aparece el envío de 80,000 barriles de petróleo a Cuba. La presidenta Claudia Sheinbaum ha sido clara al afirmar que se trata de una decisión soberana, inscrita en lo que denomina humanismo mexicano. Esa explicación puede funcionar en el plano interno, pero en Washington la lectura es distinta.

Varios congresistas republicanos ya han manifestado su inconformidad y han advertido posibles consecuencias. No lo hacen por altruismo, sino por cálculo político. Para ellos, Cuba sigue siendo un tema sensible, y cualquier apoyo energético desde México se interpreta como una provocación. Ignorar ese hecho sería ingenuo. En una negociación comercial, los gestos pesan tanto como los textos. Y cuando se revisa un tratado que sostiene buena parte de nuestras exportaciones, cada gesto cuenta.

¿Qué representa esto para los ciudadanos? Incertidumbre. Las decisiones en política exterior no son abstractas. Si la relación con Estados Unidos se tensa, el impacto llega a las cadenas productivas, al empleo y al tipo de cambio. Para los empresarios, el mensaje es todavía más directo: se elevan los costos de planeación y se reduce la previsibilidad. Nadie invierte con entusiasmo cuando percibe fricción innecesaria con su principal socio comercial.

No escribo esto desde una posición ideológica, lo hago desde la experiencia de quien ha visto proyectos frenados por señales equivocadas. La soberanía no se discute, pero la responsabilidad tampoco. Gobernar implica medir consecuencias. En 2026, México necesita cabeza fría, claridad fiscal y una relación funcional con sus socios comerciales. Lo demás es retórica que no paga nóminas ni abre mercados.

Como empresarios y ciudadanos, nos toca prepararnos. Ajustar expectativas, cuidar liquidez y exigir seriedad. El país tiene capacidad productiva y talento, pero eso no basta si las decisiones políticas generan ruido innecesario. El próximo año pondrá a prueba la madurez económica del gobierno y la resiliencia del sector privado. Y, como siempre, el costo de los errores no lo paga quien decide desde el poder, sino quien arriesga su capital y su trabajo todos los días.

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