Llevo años siguiendo los anuncios de Apple con el ojo puesto en lo estratégico, no en lo espectacular que de por sí suscita. No me interesan las cámaras con más megapixeles ni los bordes más delgados, sino las señales de hacia dónde se mueve la tecnología que dicta cómo nos comunicamos, compramos, producimos y decidimos. Esta semana, durante la WWDC 2025, Apple ha dejado claro que la inteligencia artificial ya no es un futuro especulativo, puesto que su arquitectura rediseña la experiencia cotidiana. Y, más aún, es una oportunidad que México no puede permitirse mirar de lejos.
El gran anuncio de los primeros días fue Apple Intelligence: un sistema que integra modelos generativos directo en dispositivos como el iPhone, el iPad y la Mac, sin depender de la nube. No estamos hablando de asistentes genéricos, sino de herramientas que redactan correos, resumen llamadas, generan imágenes y priorizan notificaciones con base en contexto. Todo esto ocurre de manera privada, procesado en el mismo dispositivo. Es, técnicamente, elegante. Pero su impacto va más allá de la ingeniería: lo que estos ingenieros están construyendo es una plataforma para desarrolladores del mundo entero. Y ahí es donde entra México.
Apple anunció que abrirá su Foundation Model Framework para que terceros —es decir, startups, desarrolladores y empresas como las nuestras— puedan integrar estos modelos en sus propias aplicaciones, lo cual no es una nota de prensa menor: implica que cualquier pyme mexicana con visión y conocimiento podrá desarrollar asistentes, flujos automatizados y experiencias impulsadas por IA en uno de los ecosistemas más robustos y seguros del mundo.
En Global Media Investment hemos explorado durante años el potencial de la inteligencia artificial aplicada al turismo, la seguridad y la comunicación gubernamental. Y hemos aprendido que el mayor desafío no está solo en programar modelos, sino en integrarlos con sentido, con propósito. Ahora, con herramientas como estas, ese camino puede acelerarse. Imagino a empresas mexicanas desarrollando plataformas educativas con tutores personalizados, soluciones de banca que en verdad entiendan al usuario, o servicios médicos que adapten su lenguaje a cada perfil demográfico. Todo eso será posible, y será posible desde aquí.
Pero no caigamos en la fascinación pasiva. Esta revolución también exige cosas. La primera, talento. Necesitamos más ingenieros capaces de trabajar con Swift, CoreML y frameworks de desarrollo con IA. La segunda, visión empresarial. No basta con aplicar la tecnología: hay que saber para qué sirve y cómo se vuelve rentable sin renunciar a la ética. Y la tercera, y no menos importante, es infraestructura institucional. Si queremos que estas innovaciones se traduzcan en bienestar, se necesitan políticas que acompañen al desarrollo tecnológico con incentivos, regulación clara y colaboración multisectorial.
Apple también dejó otra lección en su evento: la privacidad y la seguridad van más allá de ser un costo, son un valor diferenciador. El mundo está saturado de plataformas que extraen datos, y Apple apuesta por modelos que procesan la información de manera local. Para un país como México, con reformas en puerta en materia de protección de datos, este enfoque representa un estándar hacia el que deberíamos caminar, no solo en apps móviles, sino en salud digital, Gobierno electrónico y educación.
Lo que hemos visto en este par de días de la WWDC 2025 no es una actualización de sistema operativo, sino una declaración en la que se asevera que la inteligencia artificial se integrará a nuestras vidas desde el dispositivo más cercano al cuerpo. La pregunta ya no es si vamos a usarla, sino quién se adelantará para crear soluciones con ella. Y en eso, México tiene todo para destacar, si decide moverse.
La oportunidad está servida: en el código abierto, en los frameworks liberados, en las API que esperan ideas. Solo falta que nuestras empresas —desde las más grandes hasta las más jóvenes— vean en esta revolución no una amenaza, sino una herramienta. La ventana está abierta. Lo importante es no llegar tarde.