¿Aeropuerto o alberca olímpica?

En el mundo entero, los aeropuertos suelen ser símbolos de conexión, eficiencia y movilidad, pero, indudablemente, son también el reflejo del desarrollo y la modernidad del país al que pertenecen. El de la Ciudad de México, cuando no se inunda, cumple con ser esa representación de una gran metrópoli. Sin embargo, esta semana, más que una puerta de entrada a nuestras maravillas citadinas, el AICM pareció un aviso de evacuación: 19,500 pasajeros fueron afectados, decenas de vuelos desviados, cancelados o suspendidos, y la imagen del país se vio literalmente empapada.

Las lluvias del domingo y lunes en la capital fueron brutales. En menos de 20 minutos cayeron más de 50 milímetros de agua en la ciudad, y el aeropuerto internacional Benito Juárez colapsó; la Terminal 2 se anegó y las operaciones fueron suspendidas por más de cuatro horas. El tráfico aéreo se redireccionó a Guadalajara, Monterrey y hasta a Tapachula, mientras los pasajeros hacían fila para saber si su vuelo existía, seguía en itinerario o se había ido sin ellos. Más de 100 vuelos se vieron afectados y alrededor de 15,000 personas quedaron atrapadas en tierra, llenos de incertidumbre y sin encontrar explicaciones a lo que vendría. Un aeropuerto moderno no puede permitirse esto. No uno que presume ser “hub internacional”.

Las imágenes se viralizaron en un dos por tres. Vimos pasajeros durmiendo sobre el piso del aeropuerto con sus maletas como almohadas improvisadas, y filas eternas entre las terminales inundadas. Videos de pasillos llenos de agua y salas bajo el agua dieron la vuelta a las redes en cuestión de minutos. Aunque el aeropuerto finalmente emitió comunicados, muchos usuarios ya habían compartido memes con ironía: “Zona acuática VIP”, decía un post de Instagram que rolaba entre decenas de imágenes, algunas también generadas con IA. Lo real es que primero colapsó la infraestructura y ya después vino la comunicación institucional, detrás del torrente visual.

Lo más grave no es solo el charco monumental en el que se convirtió la Terminal 2, sino lo que evidencia una fragilidad estructural que va más allá del drenaje saturado. El AICM —que movilizó a 45 millones de pasajeros en 2024, y superó los 48 millones en 2023— es el aeropuerto más transitado del país y eje clave para el turismo, la inversión empresarial y la reputación del país. El problema si deja de funcionar es que no solo se detienen vuelos, se pausa la confianza en lo que el país puede construir.

¿Dónde estuvo el protocolo? ¿Quién se hace responsable por las demoras, las pérdidas de conexión, las tarifas hoteleras infladas por la emergencia? ¿Qué dice esto a los inversionistas que justo están considerando si aterrizar o no su nearshoring en México?

El aeropuerto capitalino lleva años pidiendo ayuda a gritos, pues presenta una infraestructura sobreexplotada, con mantenimiento a cuentagotas y saturación en franjas horarias críticas; ahora, además, la confirmación de que ni siquiera el clima está de su lado. Y sí, el clima está más loco que nunca, pero los problemas en el AICM no empezaron con la tormenta del domingo: esto viene desde mucho antes, y lo que ocurrió fue apenas la gota que rebalsó la pista.

No me refiero a pedir soluciones mágicas a nadie ni de colgarle todo a un Gobierno. Pero si algo hemos aprendido es que la imagen de un país también despega, flota o se hunde con su aeropuerto. No olvidemos que la experiencia del visitante empieza ahí. Los estudios sobre experiencia aeroportuaria hablan de que este es el primer lugar que construye la memoria del viajero, y si su primer recuerdo de México es correr con la maleta sobre el agua, eso no se arregla con una margarita en Cancún.

¿Y el AIFA? Bien, gracias. Pero si va a ser una alternativa seria, debe dejar de ser solo un dato en los discursos y convertirse en un verdadero plan de contingencia, con rutas funcionales, logística intermodal y coordinación real. Mientras tanto, seguimos rezando para que la Terminal 1 no necesite snorkel.

Como país, no podemos resignarnos a que una lluvia fuerte desconecte el motor del turismo, uno de nuestros sectores estratégicos. Se requiere de una política pública que entienda que cada día perdido en el AICM es una puerta cerrada al mundo. Y no estamos para eso.

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