Los Premios Nobel, considerados uno de los reconocimientos más prestigiosos del mundo, vuelven a captar la atención global con los anuncios de sus ganadores entre este 6 y 13 de octubre.
Estos galardones, que distinguen aportaciones científicas, literarias y humanitarias, han celebrado a figuras como Marie Curie, Frederick Sanger o Martin Luther King Jr. En esa lista selecta también aparecen tres mexicanos cuyas contribuciones dejaron huella en la diplomacia, la literatura y la ciencia.
Si bien han pasado casi tres décadas desde la última vez que México fue reconocido por la Fundación Nobel, los nombres de Alfonso García Robles, Octavio Paz y Mario Molina continúan inspirando a nuevas generaciones de investigadores, escritores y diplomáticos.
Trayectorias de Premios Nobel que trascendieron fronteras

Fuente: Nobel Prize
Alfonso García Robles
El primero en recibir el galardón fue Alfonso García Robles, distinguido con el Premio Nobel de la Paz en 1982. Su legado se vincula con la defensa del desarme nuclear y la diplomacia internacional. Fue el principal impulsor del Tratado de Tlatelolco, acuerdo que declaró a América Latina y el Caribe como zonas libres de armas nucleares.
Su trabajo en la Organización de las Naciones Unidas fue clave para que la primera Asamblea General sobre desarme alcanzara acuerdos tangibles. Este jurista mexicano compartió el premio con la diplomática sueca Alva Reimer Myrdal y se convirtió en un referente global de la paz y la negociación.
Octavio Paz
El segundo reconocimiento llegó en 1990, cuando Octavio Paz obtuvo el Premio Nobel de Literatura. Paz transformó la visión de la cultura mexicana en el mundo y su obra ha sido traducida a más de treinta idiomas.
Esta refleja una profunda reflexión sobre la identidad, el amor y la historia. Además de su influencia literaria, fue una figura clave en la vida cultural del país. Fue miembro del Colegio Nacional, doctor Honoris Causa por universidades como Harvard y la UNAM, y galardonado con el Premio Nacional de Periodismo en 1998.
Mario Molina
Cinco años después, en 1995, Mario Molina recibió el Premio Nobel de Química por sus investigaciones sobre el deterioro de la capa de ozono. Junto a su colega Frank Sherwood Rowland, demostró que los clorofluorocarburos (CFC) provocaban daños severos en la atmósfera.
Su trabajo se materializó en el Protocolo de Montreal, uno de los tratados ambientales más relevantes del siglo XX. Gracias a sus estudios, se sentaron las bases para una cooperación internacional orientada a frenar el cambio climático.
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Un legado que inspira
México cuenta con tres Premios Nobel que representan no solo logros individuales, sino también el talento, la disciplina y el compromiso con causas globales. A casi treinta años del último galardón, su legado continúa recordando que la ciencia, la literatura y la diplomacia pueden ser motores de cambio y esperanza.