El domingo pasado asistimos a tremenda lección sobre cómo funciona hoy la conversación pública. Mientras en el Palacio de los Deportes, frente a 20,000 personas que aplaudían cada golpe, se llevaba a cabo la mezcla explosiva de farándula e influencers: Supernova Strikers, noticias de alto impacto quedaban relegadas a un segundo plano.
Detenciones, guerras, subidas y bajadas de la Bolsa de Valores, tuvieron menos eco mediático que un espectáculo que supo capitalizar la atención colectiva. Plataformas como DAZN, YouTube, Twitch, TikTok y hasta en salas de Cinépolis se sumaban más de diez millones de vistas del evento en cuestión.
Confieso que seguí con atención el tema, no por el interés deportivo o farandulero, sino por lo que significaba desde la óptica de los medios. Vi cómo nombres como Franco Escamilla o el Escorpión Dorado convertían un show en un evento con dimensiones internacionales, capaz de desplazar —al menos por un par de días— asuntos de enorme trascendencia nacional e internacional. Ese mismo fin de semana se había anunciado la detención en Estados Unidos de Carlos Treviño, exdirector de Pemex; México había extraditado a 26 líderes criminales hacia ese país; y los Gobiernos de México, Guatemala y Belice sellaban un acuerdo para proteger la selva Maya, una de las reservas naturales más importantes de América. Sin embargo, lo que dominó los titulares y las redes fueron los clips virales del ring.

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El contraste es evidente si recordamos que en abril de 2023, hace poco más de dos años, Andrés Manuel López Obrador ya se había convertido en el streamer más visto de Latinoamérica, acumulando casi 49 millones de horas reproducidas de sus conferencias matutinas y superando a influencers de gran alcance en español. Esa experiencia mostró que la política sí puede irrumpir con fuerza en la esfera digital todavía… pero también que requiere estrategia y más que eso: constancia y una narrativa especial para no perderse en el ruido mediático. Pero hoy en día es evidente que la conversación ya no es propiedad de la política ni de los medios convencionales: se disputa segundo a segundo con el algoritmo.
Y aquí es donde entran las preguntas incómodas que me gusta plantear: ¿Cómo es posible que un espectáculo de influencers logre dominar la agenda digital, mientras pasa casi inadvertido el debate sobre los gastos ostentosos de ciertos miembros de la 4T en un Gobierno que se dice austero? Si un escándalo político de ese tamaño queda opacado por un evento de entretenimiento, ¿qué nos dice eso de la jerarquía de la información y de la capacidad del Estado para sostener su propia narrativa?
Lo que vimos con Supernova Strikers no es un triunfo de la farándula sobre la política, sino una advertencia que hay que tomar en cuenta, pues la atención ya no distingue jerarquías. Los influencers han aprendido a narrar, a construir expectativa y a explotar las plataformas con precisión quirúrgica. Y mientras tanto, temas estratégicos —desde la cooperación internacional hasta la seguridad en nuestras fronteras— pueden quedar fuera del radar si no se cuentan con esa misma energía.
He dicho muchas veces que el miedo es el peor consejero para quienes lideramos empresas o proyectos. Aquí la lección es parecida: no se trata de temer al espectáculo, sino de entenderlo. Quien ignore el poder de estos formatos seguirá hablando en foros vacíos, mientras otros llenan estadios y concentran millones de vistas. La diferencia es si sabemos usar esa misma fuerza para comunicar lo que de verdad define el futuro de México.