Visas, diplomacia y una narrativa que se impone

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Por: Eduardo Rivera S.
Presidente del Consejo Editorial de Grupo Mundo Ejecutivo

He aprendido que en la política internacional, las formas son fondo. Y lo ocurrido recientemente con la gobernadora de Baja California, Marina del Pilar Ávila, y su esposo, es un ejemplo elocuente de cómo el lenguaje diplomático puede ser sustituido por gestos que, aunque envueltos en legalidad, destilan desdén. La cancelación de sus visas por parte del gobierno de Estados Unidos, sin notificación oficial al Estado mexicano, no es un asunto menor y nos trae a la mente el que incluso entre aliados estratégicos puede colarse la sospecha, el cálculo político y la narrativa unilateral.

La presidenta Claudia Sheinbaum —a quien entrevisté hace unos meses y conozco como una mujer estructurada y de palabra— no tardó en mostrar su incomodidad por la omisión informativa. Aseguró que su gobierno no fue notificado y que se enteraron, como tantos, por el comunicado de la propia gobernadora. ¿Así se tratan los socios? ¿Así se sostiene una de las relaciones más complejas y trascendentales del continente?

En diplomacia, el silencio también comunica. Y cuando se acumulan gestos de este tipo, se empieza a dibujar un patrón. En paralelo, otra medida nos golpea: la suspensión de importaciones de ganado mexicano a raíz de la detección del gusano barrenador. La presidenta lo calificó de injusto, y con razón. Más allá del impacto económico —limitado según la propia SRE—, la señal evidencia la configuración de una narrativa de presión.

A esto se suma un dato frío, pero elocuente: en lo que va del año, EE.UU. ha deportado a 37,471 ciudadanos mexicanos y a 5,511 migrantes de otras nacionalidades. La mayoría ha sido regresada por vía aérea a puntos como Villahermosa, Tapachula y el AIFA. Son cifras que dibujan con nitidez una política que privilegia el control por encima del entendimiento.

Y no olvidemos el tema que afecta a millones: los tiempos de espera para tramitar una visa de visitante en México. Según El Informador, hoy quien quiere agendar una cita en Guadalajara debe esperar 335 días. En Mérida, 320. En la Ciudad de México, lo mismo. Un año completo para obtener una cita, no para recibir la visa. En plena era digital, este rezago no es técnico, es político. Y las implicaciones son serias.

Desde mi experiencia como empresario, y tras colaborar durante años con gobiernos estatales, cámaras de comercio y organismos binacionales, sé que estas trabas tienen consecuencias concretas: empresarios que pierden oportunidades, proyectos que se detienen, funcionarios que no pueden asistir a foros estratégicos. No se trata de un asunto anecdótico, es claramente un obstáculo para el desarrollo.

Lo que preocupa no es solo la acción puntual, sino la narrativa que se va imponiendo. Y es aquí donde debemos alzar la voz con firmeza y sin estridencias. No se trata de confrontar, sino de exigir respeto. Porque en toda relación madura —entre países o entre personas—, el respeto es la base mínima de entendimiento.

México no puede seguir siendo el socio útil, pero ignorado. La diplomacia debe regresar al centro de la escena. Y eso comienza por algo tan elemental como no enterarse por terceros de decisiones que afectan a nuestros representantes. La soberanía se defiende con hechos, pero también con memoria. Y la memoria, bien sabemos, también construye futuro.

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